martes, 3 de julio de 2012

Una noche cualquiera en España me matò hace años.

Corrí, corrí porque no tenia otra cosa que hacer ni una mejor idea, corrí porque tenìa miedo, porque prefería la lluvia fría, la noche, y el lugar totalmente desconocido para mi, lleno de extraños. Se sentía mejor que mi casa, donde el monstruo podía llegar en cualquier momento, y atacar. Y pensé en la posibilidad de que la próxima batalla iba a ser peor que de costumbre, porque ella ya no estaba. Y digo batalla porque eso era para mi cada vez que él se proponía quitarme un poco mas de vida -o ganas de vivir-. Usando golpes, palabras, gestos, y cualquier tipo de tortura le era placentera. Entonces corrí, corrí y me caì, pero seguí corriendo. Y pensando en ella llore, grite, divagué por horas por las calles -horas que se convirtieron en días- Y después volví. Y él no estaba y esperè, porque mas allá del pavor lo necesitaba, necesitaba de él para escaparme, por ser mi padre y tener ese poder que yo nunca le otorgué pero que, por alguna razón así fue,, así mi madre quiso que fuera. Esperar me costó la vida. Me quedè sin vida, pero también sin muerte, porque el decidió volver con un arma y desatar la peor de las batallas, la guerra. Fui a la guerra y no volví. Nunca volví de esa guerra y ya no creo volver.

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